El 17 de abril, estudiantes de la Universidad de Columbia y del Barnard College instalaron un campamento en solidaridad con el pueblo palestino que se enfrenta al genocidio a manos del ejército israelí. El 18 de abril, la administración de la universidad envió un gran número de policías para detener a los y las manifestantes y aplastar el campamento; sin embargo, en respuesta, los y las estudiantes establecieron un nuevo campamento, más grande que el primero, inspirando acciones de imitación desde Yale a St. Louis. En el siguiente informe, personas participantes ofrecen un relato pormenorizado de lo sucedido en Columbia y una valoración estratégica de las tácticas empleadas por los manifestantes1.
En primer lugar, es necesario subrayar la urgencia de la situación en Palestina. El ejército israelí ha matado a más de 34.000 personas en Gaza, la mayoría mujeres y niños, y ahora está preparando una catastrófica invasión terrestre de Rafah. El gobierno israelí ya ha hecho todo lo posible para que Gaza sea inhabitable, demostrando que masacrará a tantos palestinos como se le permita, y el gobierno de Estados Unidos le ha ayudado e instigado en cada paso del camino. Las acciones feroces que interrumpen el funcionamiento material de la maquinaria de guerra son la única esperanza para poner fin al genocidio que se está desarrollando ante nuestros ojos.
La protesta en Columbia surgió a raíz de un día de acción coordinado que incluía bloqueos en todo el país. Al tomar una prestigiosa universidad, los y las manifestantes interrumpen el funcionamiento de una pequeña parte de la maquinaria global que promulga y excusa la violencia colonial. Al mismo tiempo, el horizonte de la organización universitaria está limitado por la propia estructura de la enseñanza superior, que funciona como una forma de control del acceso al poder y la legitimidad. Si las universidades persisten en suspender a estudiantes que expresan compasión por los que sufren la violencia colonial en todo el mundo, les debemos a esos y esas estudiantes el fomento de vibrantes movimientos de liberación que puedan ofrecer un lugar mejor para sus aspiraciones y talentos que el que la economía capitalista podría haber ofrecido jamás.
“Creo que todos estos administradores tienen que controlarse y escuchar a su alumnado y ver las noticias y ver cuánta gente ha sido asesinada”.
-Maryam Alwan, una de las estudiantes suspendidas
La historia
Desde los años 60, el campus de Columbia ha sido tanto un bastión de privilegios como un hervidero de activismo. En abril de 1968, en el punto álgido de los movimientos contra la guerra y por la liberación de las personas negras, estudiantes y compañeros no estudiantes ocuparon muchos edificios de la universidad. El famoso grupo anarquista Up Against the Wall Motherfucker - “una banda callejera con un análisis”- hizo su debut público durante esa lucha campal. Las ocupaciones de edificios de esa primavera ocupan un lugar mítico en la historia de la resistencia universitaria de los años sesenta.
Puedes leer una historia completa de la ocupación de Columbia en 1968 aquí.
En la década de 1980, activistas del campus llevaron a cabo una poderosa campaña para obligar a la universidad a desinvertir en la Sudáfrica del apartheid, que incluyó una acampada en tiendas de campaña de tres semanas de duración. El académico palestino-estadounidense Edward Said, autor de Orientalismo y uno de los intelectuales públicos más destacados en apoyo de la liberación palestina, enseñó en Columbia durante casi cuatro décadas, hasta su muerte en 2003. Su presencia ayudó a establecer la universidad como un nodo importante dentro del activismo y la erudición pro palestina, incluso cuando un contingente sionista vocal dentro del cuerpo estudiantil y la facultad presionaba en la dirección opuesta. A lo largo de gran parte del siglo XXI, los conflictos sobre Israel y Palestina marcaron parte del activismo más visible y polémico del campus.
En 2016, la coalición Columbia University Apartheid Divest(Desinversión del Apartheid)(CUAD) unió a un conjunto de diferentes organizaciones estudiantiles en apoyo de la liberación palestina. La coalición contribuyó a la celebración de un referéndum sobre la desinversión en 2020. La propuesta fue aprobada con una mayoría de votos de los y las estudiantes del Columbia College, pero el entonces presidente Lee Bollinger la ignoró y la coalición quedó inactiva.
La pandemia de COVID-19 y la campaña del sindicato de Trabajadores Estudiantiles de Columbia y las huelgas absorbieron gran parte de la energía estudiantil en los años siguientes. Pero el activismo propalestino siguió siendo una línea de fractura crítica en el dividido campus.
Pocos días después del atentado del 7 de octubre, se celebraron grandes manifestaciones de apoyo a Israel y a Palestina en el campus y fuera de él. Mientras que la mayoría del alumnado políticamente activo estaba a favor de la liberación palestina, una activa minoría estudiantil proisraelí con un fuerte apoyo de antiguos alumnos recibió el sólido respaldo de las administraciones de Columbia y Barnard. Durante las semanas siguientes, los administradores cancelaron ponentes y actos pro palestinos y censuraron una página web de la facultad que intentaba publicar un mensaje pro palestino; los estudiantes de posgrado que transmitieron mensajes pro palestinos a las clases y a los estudiantes se enfrentaron a la censura. Un activista que se enzarzó en una pelea con un ex soldado de las FDI fue detenido y acusado de un delito de odio; en cambio, dos sionistas que rociaron con un producto químico fétido desarrollado por Israel a decenas de manifestantes propalestinos en un acto del campus fueron simplemente suspendidos, a pesar de que el ataque envió a una persona al hospital. En noviembre, después de que cientos de personas se manifestaran en el campus, de un simulacro de muerte y de una instalación artística, un administrador de Columbia suspendió a Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP) y a Voces Judías por la Paz (JVP), alegando que los grupos habían violado las políticas de eventos del campus. El profesorado, indignado, celebró una manifestación de apoyo, mientras que una revitalizada CUAD pronto incorporó a más de 100 organizaciones diferentes del campus, incluido el sindicato de trabajadores estudiantiles, que contaba con 3.000 miembros.
Los grupos que se unieron a la coalición reflejaban un amplio abanico de perspectivas políticas y orígenes étnicos y religiosos, aprovechando las diversas redes sociales del campus. Estas redes serían decisivas en la lucha futura.
La calma antes de la tormenta
El martes por la tarde, el campus estaba cerrado, el apoyo a Palestina no era visible en ninguna parte, y un grupo de estudiantes sionistas tenía una mesa instalada en el centro del campus sin ninguna oposición. Era desalentador. Pero entre bastidores se estaban llevando a cabo furiosos preparativos.
Nos cuentan que, al principio, los y las organizadoras se habían fijado el objetivo de iniciar la acampada cuando tuvieran el compromiso de más de doscientos participantes, pero sólo pudieron confirmar algo más de cien. La mañana de la ocupación, cuando llegó el momento de montar las tiendas, el número de participantes había descendido a unos sesenta. Hubo desacuerdos internos sobre si seguir adelante con el plan hasta el último minuto. Pero la fortuna favorece a las personas valientes.
Miércoles 17 de abril
A eso de las 4:30 de la mañana del miércoles, estudiantes afluyeron al East Lawn con material de acampada y determinación. Al amanecer, docenas de tiendas cubrían el césped. Una pancarta apelaba a quienes se dirigían a la biblioteca: “Mientras tú lees, Gaza sangra”. Los participantes musulmanes celebraron su primera oración de la mañana a las 5:45.
Mientras la presidenta de Columbia, Minouche Shafik, se sentaba ante políticos de derechas en Washington, DC, intentando demostrar que estaba suficientemente comprometida con la represión de cualquier signo de apoyo a la liberación palestina, cientos de estudiantes ocuparon el espacio y marcharon en un piquete alrededor del césped vallado.
El miércoles por la tarde, los alrededores del campamento se convirtieron en un campo de debate, mientras las personas acampadas y los piquetes intercambiaban insultos con pequeños grupos de contramanifestantes sionistas.
“¡Terroristas, volved a casa! ¡La violación no es progresista!”-“¡Qué vergüenza! Qué vergüenza”.
“¡Israel es un Estado terrorista!” - “¡Levante la mano quien sepa que Hamás mata palestinos!”
“¡Este es un momento vergonzoso, vergonzoso de la historia que nunca olvidaremos!”-“¡Liberen a los rehenes!”
“¡La resistencia está justificada!”-“¡Esto no es resistencia!”
Cada vez que el piquete y los cánticos aflojaban, el troleo se intensificaba. Cuando los manifestantes hicieron una breve pausa para almorzar, los contramanifestantes se lanzaron a una interpretación dolorosamente desafinada del Star-Spangled Banner. A través del pequeño sistema de sonido, los acampados hicieron sonar el himno de Mohammed Assaf “Ana Dammi Falastini” [“Mi sangre es palestina”]. La lucha por mantener el campamento fue tanto sonora como espacial.
Hacia las 3:30 de la tarde empezó a llover ligeramente y las personas organizadoras cerraron las paredes de la carpa blanca central. Llegaron informes de que el acceso al campus a través de las puertas principales de la calle 116 había sido cortado por completo. Estudiantes miembros del Senado de la Universidad llegaron con la noticia de que la administración había acordado no intentar desalojar el campamento hasta el día siguiente para dar tiempo a la negociación.
Las personas organizadoras, que tenían pocos motivos para confiar en las palabras de la administración, temían que la promesa fuera un pretexto para inducir al campamento a bajar la guardia y aflojar el piquete y la ocupación, allanando el camino para una barrida más fácil. Consideraron que el cierre de las puertas de la universidad y la cuestionable promesa de no realizar redadas eran elementos de una lenta acotación del campamento. En respuesta, animaron a sus partidarios a apostarse cerca, en dormitorios y bibliotecas, y a permanecer alerta. En palabras de un organizador universitario: “Aguantar toda la noche requería cierto tacto. Necesitábamos que los estudiantes nos rodearan”.
La administración envió representantes a negociar. En la primera ronda, ofrecieron un “referéndum de desinversión no vinculante en toda la universidad”, una oferta poco impresionante, ya que la universidad se había negado a tomar ninguna medida después de que se aprobara un referéndum similar en Columbia College en 2020 con el 61% de los votos. Empleados de Columbia y Barnard repartieron folletos instando a los manifestantes a dispersarse, amenazando con “suspensiones provisionales”, aparentemente una nueva forma de disciplina. Tal vez en respuesta a la acampada multirracial y BIPOC (Negra, indígenas y personas de color), que contrasta con la norma dominada por los blancos y segregada socialmente en el campus de Columbia, las administraciones enviaron a “mujeres, en su mayoría negras, con faldas lápiz, y hombres de color con trajes de dos piezas: el ‘Remix del Panfleto de Diversidad de Seguridad Pública’”, observó un organizador con ironía.
Hacia las 19.00 horas, la administración dio un ultimátum para que los y las manifestantes se marcharan antes de las 21.00 horas, amenazando con detenciones. Continuaron las tensas negociaciones en tensas negociaciones. El Claustro Universitario se negó a autorizar la entrada de la policía de Nueva York en el campus, autorización obligatoria según los procedimientos formales establecidos tras las protestas de 1968, aunque los y las organizadoras dudaban de que la administración lo respetara.
La universidad ofreció algunas concesiones. Prometió revelar los vínculos financieros entre Columbia e Israel y ofrecer una amnistía a las personas acampadas si se marchaban antes de las 9 de la noche. Presumiblemente, el objetivo era facilitar una redada contra los que se quedaran. “Querían que disminuyéramos en número para poder jodernos”, gruñó después uno de los organizadores.
Los administradores intentaron jugar duro, insistiendo en que no negociarían más. La ocupación se mantuvo firme. Estudiantes de distintas religiones y tendencias políticas insistieron en su compromiso con el movimiento. Algunos se hicieron eco de los sentimientos de un miembro del JVP que habló en la concentración de la mañana siguiente: “Mis valores judíos exigen que adopte esta postura contra la injusticia”. Otro estudiante organizador explicó: “No tememos a la policía de Nueva York ni a Columbia. Lo único que tememos es a Alá”.
A medida que se acercaba la fecha límite y las personas organizadoras se ponían en contacto con sus redes, decenas de mensajes circulaban por el campus. El goteo de simpatizantes de las residencias y bibliotecas cercanas se convirtió en una avalancha. A las 9 de la noche, un enorme piquete rodeaba todo el campamento, los y las simpatizantes enlazaban sus manos y brazos, y entonaban tres cánticos diferentes. El plazo había vencido, pero el número de manifestantes no disminuía, sino que crecía. Los y las estudiantes se arrodillaban para rezar, las canciones resonaban en el césped y se producían bailes espontáneos. Llegaron nuevas tiendas para complementar las docenas ya instaladas. “Dijeron que barrerían a las 9. ¿Dónde coño están?”, se preguntó un acampado. A las 10 de la noche, corrió el rumor de que la policía de Nueva York se había movilizado con material antidisturbios ante las puertas, pero la multitud se mantuvo firme.
Al final, el tamaño y el espíritu del campamento demostraron ser demasiado para desalojarlo esa noche. A las 22:44, las personas organizadoras recibieron la noticia de que la administración se había visto obligada a abandonar los planes de barrido. El campamento sobrevivió a la noche.
Jueves, 18 de abril
La mañana del jueves llegó gris y fría, con lluvia intermitente. El Upper West Side de Manhattan estaba alborotado. Los vehículos de la policía de Nueva York pululaban por las calles que rodean el campus. En el interior del campamento, las personas organizadoras se ocuparon de la logística, de gestionar las donaciones de alimentos y de mantener limpio el campamento; “Esta no es nuestra tierra, esto es Lenapehoeking”, recalcaron los participantes anticolonialistas. Hicieron planes para las actividades del día: una concentración y una marcha a mediodía, un almuerzo y una actividad artística a las 14.00 horas, una charla sobre el trabajo y Palestina a las 15.00 horas y una concentración más tarde. Pero alrededor de las 10 de la mañana, mientras llegaban informes sobre una fuerza policial masiva reunida en las inmediaciones, tres personas organizadoras de Barnard que habían asumido papeles públicos recibieron la notificación de su suspensión inmediata de la escuela y el desalojo de sus dormitorios.
Se puso en marcha una ardiente concentración. Una de las personas organizadoras suspendidas tomó el micrófono: “Es un honor ser suspendido por Palestina. Es un honor ser desalojado por Palestina. Y si llega el caso, será un honor ser detenido por Palestina”.
Cuatro autobuses escolares transformados y escoltados por la policía de Nueva York llegaron a la avenida Ámsterdam. Los policías bloquearon la salida de metro más cercana al campus. Tres drones de vigilancia zumbaban por encima. Mientras que algunos todavía no podían creer que la administración violaría la política contra la incursión de la policía de Nueva York que se había mantenido desde 1968, estaba cada vez más claro que una redada era inminente.
Al llegar la tarde, las personas participantes que habían aceptado enfrentarse a niveles “rojos” de riesgo se apiñaron en el centro del East Lawn, en el centro del campo de tiendas, mientras otras se unían a la marcha que rodeaba el campamento. Hacia la una de la tarde, un destacamento de agentes de la policía de Nueva York entró en el campus desde la puerta de la calle 114, junto a la biblioteca Butler, con porras y bridas. Algunas personas enlazaron sus brazos e intentaron impedir que la policía llegara al césped; pero pocas personas estaban dispuestas a dar ese paso, y la policía empujó a las que sí lo hicieron. Mientras cientos de personas gritaban de rabia, los agentes tomaron posiciones tranquilamente alrededor del césped, bloquearon cualquier salida y empezaron a hacer sonar la orden de dispersarse bajo amenaza de arresto por allanamiento de morada.
Un capitán gritó a dos observadores legales con cascos verdes que estaban cerca del círculo de personas acampadas sentadas que retrocedieran. Cuando respondieron que tenían derecho legal a observar, los agentes las detuvieron.
A las 13:28, los agentes empezaron a atar a estudiantes y a llevárselos. Un feroz muro de manifestantes que miraba desde fuera del césped gritaba, lloraba, filmaba y coreaba “¡Vergüenza!”. Una ronda tras otra de ocupantes fueron conducidos a través de un túnel de policías hasta la calle 114, gritando sus nombres e información a los simpatizantes legales que rondaban por los bordes con libretas mientras la multitud bramaba a los agentes y cantaba himnos de alabanza a los detenidos. Hacia las 14.00 horas, más de un centenar de personas habían sido expulsadas; el jardín este estaba sembrado de tiendas de campaña abandonadas, pero vacío de campistas.
La policía y el personal de las instalaciones universitarias atravesaron el césped, desmontando y embolsando las tiendas. Centenares de personas permanecían al otro lado de la valla que rodeaba el césped, furiosas pero sin saber hacia dónde dirigir su energía. Algunos salieron del campus y se reunieron de nuevo en la calle 114 con Amsterdam, intentando bloquear los cuatro autobuses de la policía de Nueva York que transportaban a los detenidos. Finalmente, los autobuses escaparon conduciendo en sentido contrario por la calle 114, de sentido único, hasta Broadway, y se dirigieron al centro. Decenas de personas se agruparon en ruidosas manifestaciones de solidaridad a ambos lados de la calle 116. A medida que se corría la voz por el campus sobre la redada, cada vez más estudiantes, profesores y otras personas se agolpaban en el centro del campus.
En ese momento, hacia las 14:30, algunos estudiantes dieron espontáneamente un paso que resultó decisivo. Unas cuantas personas escalaron la valla baja que rodeaba West Lawn (el césped oeste), completamente vacío, a escasos metros del césped desalojado. “¡Vamos!”, gritaron un par de voces, luego un coro. “¡Salten la valla! Todo el mundo al césped oeste”. En cuestión de minutos, una fila de docenas de estudiantes se sentó en el centro del césped frente al espacio desalojado, con los brazos enlazados, cantando y coreando. Las personas organizadoras pidieron rápidamente a la multitud amorfa que formara una marcha alrededor del nuevo césped. Alguien sacó una lona al césped. Poco después, se plantaron banderas y se desplegaron pancartas en el nuevo espacio. Se estaba gestando algo nuevo e impredecible. ¿Duraría?
La mayoría de los agentes de la policía de Nueva York se habían esfumado en cuanto se retiraron las tiendas y las mantas del antiguo campamento del jardín este. Un empleado de las instalaciones con una carretilla elevadora cubrió rápidamente el césped con grandes palés de los suministros utilizados para construir el suelo provisional que se instalará para las ceremonias de graduación a principios de mayo. El personal de Seguridad Pública del campus seguía abarrotando el espacio con cierta presencia de la policía de Nueva York, y los drones seguían zumbando por encima, pero los agentes ya no se mantenían tensos preparándose para guardar filas. Se mantuvieron alejados del West Lawn, y los y las estudiantes, envalentonadas, invadieron el césped. En cuestión de horas, un campamento completamente nuevo había echado raíces.
Al otro lado de la ciudad, un gran contingente se reunió para apoyar a las personas detenidas en la cárcel. Antes de medianoche, todas habían sido puestas en libertad; no habían recibido cargos penales, sino simples citaciones de 250 dólares, sin necesidad de fianza. Al caer la noche, salieron del calabozo ante una multitud que las aclamaba ofreciéndoles aperitivos, bebidas, abrazos y noticias.
Aunque la detención masiva asustó a muchas personas, indignó y envalentonó a otras. Los manifestantes siguieron coreando durante horas, mientras un círculo de estudiantes cogidos de la mano seguía marchando alrededor de la creciente presencia en el West Lawn. Cuando empezó a anochecer, muchos trajeron sacos de dormir, mantas y más tiendas. Se había debatido previamente un plan de contingencia sobre qué hacer tras el desalojo del campamento original; pero en medio del caos, las personas organizadoras se apresuraron a decidir cómo responder a esta secuela orgánicamente emergente.
Era palpable la determinación de mantener el espacio. Al recibir indicaciones de que no se volvería a llamar a la policía de Nueva York para que desalojara el West Lawn si los y las estudiantes no volvían a montar tiendas de campaña, docenas de estudiantes decidieron acurrucarse y dormir al aire libre. A pesar del desalojo y las detenciones, un campamento de solidaridad con Palestina se mantuvo firme por segunda noche, a pocos metros del original.
Reflexiones sobre los acontecimientos del jueves
*Esta acampada supuso la primera protesta que algunas de las personas participantes habían vivido, y la primera experiencia con la represión policial para muchas más. A continuación, un experimentado participante comparte sus reflexiones sobre la jornada.
Uno de los factores más significativos que han influido en el desarrollo de la lucha en Columbia desde el comienzo de la acampada del miércoles es la restricción del acceso físico al campus. El campus Morningside de Columbia es relativamente pequeño, sólo cuatro manzanas cortas por una larga; el perímetro está formado por muros y puertas de hierro. Un arco sobre la avenida Amsterdam conecta con otros edificios del campus y con la facultad de Derecho en otra zona comunicada de dos manzanas cuadradas. El Barnard College, la institución hermana de Columbia al otro lado de Broadway, es igualmente compacto, formando un rectángulo de una manzana de largo por cuatro de ancho, vallado y con aún menos entradas y salidas, aunque las personas con carnés de Columbia y Barnard pueden entrar libremente en cualquiera de los dos campus.
A partir del otoño pasado, después de que se produjeran en el campus grandes y polémicas manifestaciones a favor de Palestina y contramanifestaciones sionistas, la universidad empezó a restringir selectivamente el acceso al campus cerrando casi todas las puertas de acceso y exigiendo a la gente que pasara una tarjeta de identificación activa por un lector atendido por guardias de seguridad privados. Esta medida ha sido muy impopular en todos los ámbitos, tanto por las molestias que ocasiona como por el aire de estado policial orwelliano que impone.
Desde el pasado mes de octubre, cuando la universidad instituyó esta política, hasta esta semana, las restricciones de acceso sólo se aplicaban durante unas horas, o como mucho un día, en función de las manifestaciones previstas en el campus, a veces, según correos electrónicos de la administración, basadas en información de la policía de Nueva York. Sin embargo, el lunes anterior al inicio de la acampada, la administración anunció que la política de acceso restringido se aplicaría durante toda la semana, lo que intensificó el resentimiento en todo el campus. Estas políticas se aplicaron estrictamente durante toda la semana. En un momento dado, el viernes, los guardias de algunas entradas empezaron a comparar visualmente a los titulares con las fotografías de las tarjetas que presentaban, con la esperanza de evitar que la gente compartiera sus identificaciones. Aunque esta estrategia no ha conseguido excluir por completo a los rebeldes no autorizados, ha remodelado drásticamente el terreno de la lucha estudiantil y su relación con el movimiento más amplio de liberación palestina en toda la ciudad.
Podemos imaginar que, en el futuro, cada vez más campus se parecerán a la Columbia de hoy: cerrados con acceso casi totalmente restringido a personas titulares de tarjetas (o controlados mediante biometría más avanzada) e hipervigilados dentro de las puertas. Aunque esto seguirá siendo imposible en los campus integrados en centros urbanos como la NYU, cabe esperar que los campus concentrados geográficamente adopten cada vez más este modelo, especialmente en respuesta al malestar estudiantil. Aunque esto seguirá siendo imposible en los campus integrados en centros urbanos como la NYU, cabe esperar que los campus concentrados geográficamente adopten cada vez más este modelo, especialmente en respuesta a los disturbios estudiantiles. En este contexto, merece la pena considerar cómo enfocar estratégicamente la relación entre rebeldes autorizados y no autorizados.
A lo largo del conflicto, la atención policial y de seguridad y las restricciones de acceso más estrictas se han concentrado en la entrada de la calle 116 con Broadway. Las entradas menos utilizadas, aunque siguen estando protegidas por lectores de tarjetas y guardias, suelen ser poco transitadas y sólo cuentan con uno o dos policías de alquiler desarmados. Un grupo decidido que se moviera con rapidez podría entrar fácilmente en masa. Una vez dentro, serían vulnerables a la vigilancia, pero una vez entre la multitud, probablemente podrían pasar desapercibidos.
Dicho esto, dado que el espacio confinado y vigilado limita las posibilidades tácticas, reunir a rebeldes no autorizados probablemente sólo tenga sentido en momentos de alto riesgo, cuando equipos más experimentados podrían inclinar la balanza y abrir un abanico más amplio de posibilidades. Si durante la incursión del jueves hubiera estado presente una docena de rebeldes con habilidades tácticas y experiencia de trabajo conjunto, las cosas podrían haber evolucionado de otra manera. Fuera de esos momentos, sin embargo, no hay razón para que un movimiento no ocupacional esté ligado a un área específica. Tanto los estudiantes como los no estudiantes tienen más movilidad y flexibilidad fuera del campus, por no hablar de una gama más amplia de opciones para actuar y conectar con los demás.
La restricción casi total de los participantes en la acampada a los estudiantes de Columbia y Barnard ayuda a explicar el trato especial que recibieron los detenidos por parte de la policía de Nueva York. A pesar de lo horrible que fue la redada, estaba muy claro que la policía había recibido órdenes estrictas de tratar a los estudiantes con guantes de seda. Aparte de algunos empujones y forcejeos breves, no golpearon a nadie y no se registraron heridos, aunque al parecer una persona detenida que se desmayó no recibió atención médica inmediata. A pesar de las indignadas afirmaciones de las personas organizadoras estudiantiles sobre las detenciones “violentas”, en mis muchos años de interacción con la policía en manifestaciones, nunca les he visto mostrar este tipo de timidez en el curso de las detenciones. En un momento de peculiar ternura durante la redada, un joven delgado que era conducido fuera del césped con las manos atadas con una brida le dijo algo al agente que lo conducía, quien se acercó y le colocó suavemente las gafas en el puente de la nariz.
Del mismo modo, tras detener a los participantes, la policía y el personal de la universidad revisaron cuidadosamente una por una todas las tiendas de campaña, desmontándolas, metiéndolas junto con las pertenencias esparcidas en bolsas de plástico y cargándolas en un camión; desde entonces han enviado mensajes confirmando que se está preparando un proceso para devolver a los estudiantes las pertenencias confiscadas. Compárese con el trato que dan los agentes de la policía de Nueva York a las tiendas y pertenencias de los desahuciados tras las redadas de campamentos de personas sin hogar en la ciudad, por ejemplo.
Muchos relatos de testigos y alguna cobertura de prensa describen a los policías invasores como ataviados con “equipo antidisturbios”. Es de suponer que estos observadores nunca han visto una respuesta policial auténticamente militarizada. Los agentes que llevaron a cabo las detenciones no llevaban escudos. Llevaban muy poco chaleco antibalas. Ninguno tenía capacidad para disparar botes de gas lacrimógeno, balas de goma o granadas incendiarias. Algunos llevaban viseras y cascos, pero muchos vestían uniformes estándar. En cambio, algunos policías con equipos antidisturbios más formidables se encontraban fuera del campus; han estado presentes en algunas de las manifestaciones extramuros.
Todos los relatos de los medios de comunicación y las declaraciones de la policía a la prensa informan de que nadie se resistió a la detención. De hecho, varias personas se quedaron sin fuerzas y se negaron a cooperar; la policía las arrastró y se las llevó con suavidad, en comparación con el trato habitual que se da a personas detenidas. Parece que a todos les convenía no definir esto como resistencia. Las pruebas anecdóticas sugieren que muchos agentes de la policía de Nueva York estaban molestos por tener que “hacer de niñera” de los estudiantes rebeldes. La propia narrativa mediática de la policía hacía hincapié en que el campamento y sus participantes no suponían ningún peligro ni ofrecían resistencia. El hecho de que incluso la policía de Nueva York haya intentado distanciarse de la decisión de llevar a cabo la redada indica cuánto poder social, atención mediática y simpatía pública se percibe que tienen los estudiantes.
En este contexto, podemos reflexionar sobre otras posibilidades que podrían haberse desarrollado aquella tarde. La indignación universal provocada por la redada y la posterior recuperación del espacio en el campus han devuelto la ventaja al movimiento, por lo que la detención masiva no fue una derrota en sentido amplio. Pero la situación única que ofrecían los fuertes límites de las tácticas policiales podría haber permitido una resistencia más feroz.
En varios momentos, algunas personas participantes que no formaban parte del equipo “rojo” que esperaba la detención en el césped tuvieron la oportunidad de enfrentarse a la policía de forma más directa. Por ejemplo, cuando el pelotón de agentes encargados de las detenciones se acercó desde la calle 114 para entrar en el césped, unos pocos se enlazaron e invitaron a otros de la multitud a hacerlo, para impedir que la policía iniciara la operación antes de que pudieran establecer el control del espacio. Si un grupo de diez o quince personas hubiera estado preparado para cerrar las puertas o formar una línea firme para bloquear a la policía, podría haber ganado tiempo para que más participantes se unieran al campamento, obligando a la policía y a la administración a replantearse su plan de simplemente barrer a los ocupantes pasivos.
Asimismo, aunque la policía estaba preparada para un gran número de detenciones, las personas participantes la superaban considerablemente en número. Si en lugar de ceder el césped a quienes esperaban la detención, la multitud se hubiera fijado el objetivo de impedir que se produjera ninguna detención, podrían haber invadido el césped este en masa en un número que probablemente habría superado la capacidad de detención masiva de la policía de Nueva York, al menos durante un tiempo.
Por supuesto, reconocemos y respetamos que cada persona está dispuesta y es capaz de asumir distintos grados de riesgo. Pero teniendo en cuenta que un grupo numeroso de personas había decidido que estaba dispuesto a ser detenido, merece la pena plantearse cómo emplear esa tolerancia al riesgo para lograr los máximos resultados. Al sentarse en círculo y esperar a que los detuvieran, los detenidos crearon un espectáculo fotogénico, creando una atractiva narrativa sobre acampados pacíficos arrastrados por policías fascistas a las órdenes del tiránico rector de la universidad. Pero si los acampados que se consideraban “arrestables” hubieran desplegado sus niveles de riesgo en un intento de impedir o al menos obstaculizar el desalojo en lugar de aceptarlo como inevitable, podrían haber creado una situación menos predecible en la que los cientos de personas presentes podrían haber asumido papeles activos, en lugar de verse relegados a servir de espectadores.
Una vez que empezaron las detenciones, los que estaban mirando podrían haberse vuelto a reunir en ambos extremos de la calle 114 para bloquear la salida de los autobuses. Como esta táctica se habría llevado a cabo fuera de las puertas, nos habría permitido recurrir a equipos más numerosos y experimentados de toda la ciudad, lo que quizá habría inmovilizado a la policía y extendido el conflicto a un terreno más amplio.
Por supuesto, es fácil especular así en retrospectiva. No pretendemos criticar a las personas organizadoras, a la multitud ni a los y las valientes detenidas. Pero a medida que los campamentos de solidaridad palestina y las ocupaciones se extienden por todo el país, prevemos que muchos más se enfrentarán a situaciones como éstas en los próximos días y semanas. Ofrecemos estas reflexiones con la esperanza de que otros puedan considerar de antemano cómo podrían actuar en situaciones similares.
Una cosa a destacar es la urgencia de actuar rápidamente cuando aparecen las oportunidades. Tanto si se trata de una pasarela en la que sólo hay un agente diciendo a la gente que dé marcha atrás, como de una tienda de campaña justo fuera de su alcance que se podría arrebatar cruzando la valla antes de que la policía se haga con ella, o de una nueva parcela de territorio que permanece indefensa, estas posibilidades pueden abrirse sólo por cuestión de segundos. La policía y otros mercenarios llegan a estas situaciones con órdenes de arriba, anticipando una situación predecible; presentarles una sorpresa de cualquier tipo puede cambiar por completo su cálculo, modificando el equilibrio de poder.
La audaz decisión de ocupar el jardín oeste es un ejemplo de ello. Fue significativa, en primer lugar, porque ocupar el espacio físico ha demostrado ser un elemento fundamental para concentrar la energía y la atención del movimiento en el campus. Desde octubre se han celebrado innumerables manifestaciones en Columbia, pero por muy enérgicas y concurridas que fueran, todas ellas se dispersaron a las pocas horas, cediendo tanto el territorio físico como la iniciativa a la administración, que intensificó la represión atacando a los participantes a posteriori. Por el contrario, mantener el territorio ha obligado a todas las partes a enfrentarse al hecho del genocidio en curso; ha atraído a mucha más gente al movimiento, creando una nueva polinización cruzada entre la vida universitaria y la actividad de protesta. En la medida en que la administración no puede distinguir entre el alumnado en su conjunto y manifestantes, todos los implicados están más seguros.
En la decisión de ocupar el West Lawn, fue estratégico abrir una zona gris entre el riesgo y la detención. Cuando se amenazó con detener a los participantes en la acampada, éstos se dividieron en distintos papeles: algunos podían ser detenidos, otros no. De este modo, la policía tenía una situación legible. Por otro lado, una vez que la gente saltaba la valla, entraba en una zona indefinida en la que su valentía y creatividad podían transformar rápidamente las decisiones a las que se enfrentaban las autoridades. Al principio, cuando la gente irrumpió por primera vez en el West Lawn, se sentó inmediatamente, lo que parecía indicar que estaba dispuesta a ser detenida. Pero una vez que una masa crítica de gente empezó a utilizar el espacio para otros fines, creando una situación ambigua, se abrieron nuevos horizontes. El traslado al jardín oeste tuvo éxito porque fue imprevisto, precipitado y apasionado. Desafió las expectativas de la administración y la policía, así como de muchos de los y las organizadoras y manifestantes. Ninguna de las partes implicadas sabía lo que ocurriría, por lo que ninguna pudo contener las posibilidades.
Por último, el restablecimiento inmediato de una zona ocupada aprovechó con éxito una asimetría entre los y las manifestantes y la administración en lo que respecta a su vulnerabilidad a la publicidad negativa. La administración había decidido detener a los participantes que se negaran a dispersarse del campamento, y la policía se había preparado para hacerlo. Pero aunque la policía tenía capacidad material para hacer cosas mucho peores, ni la administración ni la policía estaban dispuestas a asumir las consecuencias negativas de ir más allá. Los estudiantes recuperaron la iniciativa aprovechando que las autoridades ya se estaban arriesgando a tener mala prensa, que podría magnificarse exponencialmente si reaccionaban de forma exagerada en una situación impredecible. Esto convirtió lo que podría haber sido una derrota devastadora en un pivote que dio impulso al movimiento.
Viernes 19 de abril
Es viernes por la tarde y estamos sentados en una lona verde en el césped oeste ocupado, rodeados por un festivo remolino de resistencia. Al menos trescientas o cuatrocientas personas abarrotan el West Lawn del campus de Columbia. La mayoría son estudiantes universitarios, pero cada vez hay más estudiantes de posgrado, profesores, antiguos alumnos y otras personas. La mayoría están sentados, aunque algunas docenas circulan o se agrupan en pequeños grupos. Tal vez la mitad van enmascarados, muchos llevan kaffiyehs y casi otros tantos llevan sudaderas con capucha, chándales o gorras con logotipos de Columbia o Barnard. Una docena de grandes banderas palestinas salpican el paisaje, junto con muchas más pequeñas; la pancarta original que rezaba “Campamento de Solidaridad con Gaza”, rescatada de los restos de la ocupación original en el césped vecino, se alza ahora orgullosa sobre postes de plástico sujetos con cinta adhesiva, sólo un poco manchada por la lluvia. Si la administración de Columbia esperaba que ordenar una redada del Departamento de Policía de Nueva York a gran escala sofocaría o aplacaría la resistencia, no podían estar más equivocados.
Habíamos llegado unas horas antes, cargados con bolsas de bollos y arroz y curry envasado para llevar. Cuando nos acercamos a la puerta abierta del jardín oeste, un estudiante sonriente vestido con un kaffiyeh se cruzó en nuestro camino.
“Hola, venimos a dejar comida en señal de apoyo”, les explicamos.
“De acuerdo, genial”, respondieron. “¿Sois estudiantes de Columbia, antiguos alumnos o qué?”.
“Sí, lo somos”.
“¿De qué parte de Columbia sois?”.
Cada uno de nosotros mencionó una escuela o departamento.
“Vale, genial. Pasaste la comprobación de vibraciones. Adelante”.
Después de pasar por la graciosa “seguridad” de la puerta abierta, salimos al césped.
En un rincón del extremo norte, un par de docenas de estudiantes organizadoras están sentadas en una reunión de planificación a puerta cerrada. Un círculo exterior sostiene sábanas, toallas y pancartas para ocultar la vista de sus deliberaciones. Transeúntes se acercan a la valla en un flujo continuo para hacer fotos o filmar, algunos con intenciones claramente hostiles y otros con objetivos ambiguos. Un dron de vigilancia zumba incesantemente sobre la valla y un helicóptero pasa periódicamente. Aunque se ha abierto una de las puertas de acceso al césped (si se está dispuesto a pasar el control de “vibraciones”), sigue habiendo tanta gente saltando por encima de una sección cerrada de la valla en la esquina opuesta del césped que hay un voluntario apostado allí con una silla plegable para ayudar.
La gente parece sorprendentemente relajada, dados los acontecimientos del día anterior. La mayoría sonríe; unas pocas personas tienen esa mirada maníaca, eléctrica y ligeramente aturdida que asocio con la participación por primera vez en algún tipo de revuelta revolucionaria. Recuerdo los primeros atisbos de un mundo nuevo que experimentamos en nuestras primeras protestas y ocupaciones -el ALCA, Occupy Wall Street, la Rebelión de George Floyd- y me pregunto cómo recordarán estos y estas estudiantes estos días en los años venideros.
Algunos duermen o leen y muchos miran el teléfono, pero la mayoría habla entre sí. Todas las conversaciones que oigo a mi alrededor giran en torno a la acción. Grupos de estudiantes de primer curso debaten estrategias e intentan anticipar la respuesta de la universidad; los y las profesoras adjuntas comparten informes sobre los detenidos con ayudantes de posgrado; los y las amigas informan sobre las personas suspendidas; grupos multirraciales de estudiantes de segundo curso analizan los paralelismos y las diferencias entre antisemitismo y antinegritud. En la medida en que podemos aventurar una conjetura basada en indicios visuales, el equilibrio de género parece muy sesgado hacia las mujeres, las mujeres y las personas no binarias. Las culturas eróticas se exhiben en carteles dibujados a mano que declaran “Bolleras por la desinversión” y “Culos por el boicot”, pero el ambiente no tiene una carga sexual. Es relajado y amistoso, con un trasfondo de rabia y determinación.
Algunas personas con credenciales de los medios de comunicación circulan, sacan fotos o se acercan a las personas para entrevistarlas, pero sin el intrusismo agresivo habitual en los medios de comunicación convencionales. Algunas personas reparten octavillas, libros y panfletos, pero esto no crea la impresión de partidos sectarios rebosantes de literatura de culto que he experimentado en muchas manifestaciones de solidaridad con Palestina. Una de las consecuencias interesantes de que las autoridades universitarias hayan convertido el campus en una fortaleza y excluido a todos los forasteros es que la cultura del campamento es una extensión de la cultura del campus.
Oído por ahí: “¡Nada de Taylor Swift en la zona liberada!”.
En el micrófono del extremo sur del césped, una sucesión de altavoces mantiene la energía. Una mujer apasionada con un vestido verde dirige cánticos apasionados, alternando el árabe y el inglés. Representantes de universidades cercanas abogan por la solidaridad en todos los campus. Una persona organizadora del Sindicato de Trabajadores de Amazon da un discurso entusiasta y anima a la multitud con cánticos: “¡QUE SE CIERRE!”. Una joven con un pañuelo negro en la cabeza va de lona en lona preguntando si alguien quiere una pastilla para la tos o ibuprofeno. Los estudiantes de Barnard en pantalones cortos garabatean carteles con rotuladores gruesos. Alguien se ríe imitando cómo un amigo se pavoneó al salir de la cárcel.
Cerca de mí, un simpático estudiante de posgrado sobre una manta entabla conversación:
“¿Cómo te va, hermano?”.
“Bastante bien, ¿y tú?”.
“Genial, pero estoy bastante cansado”.
“¿Estuviste aquí toda la noche?”
“Sí. ¿Acabas de llegar?”.
“Nosotros también estuvimos aquí ayer”.
“Llevo aquí desde el martes por la noche. Lo de ayer fue otra cosa ¿eh?”
“Sí. Desolador ver todos esas personas detenidas, pero súper inspirador ver a todo el mundo revolotear en este césped después”.
“¡Sí, lo sé! Cuando estábamos en la cárcel ayer, no teníamos ni idea de que la gente iba a hacer eso. Ni siquiera estaba planeado. Luego, cuando salimos y nos enteramos de que la gente había ocupado este espacio, nos quedamos extasiados”.
“¿Crees que la gente se va a quedar?”
“Desde luego. Si empieza a llover, creo que la gente volverá a montar tiendas de campaña, diga lo que diga la administración, ¡que les den! Yo no me voy a ningún sitio”. Se acurruca en un saco de dormir.
Se dice que la administración ha prometido no volver a llamar a la policía de Nueva York, siempre y cuando los y las estudiantes no levanten tiendas de campaña. Muchas personas de las participantes expresan su firme determinación de quedarse hasta que sean desalojadas. Al mismo tiempo, la universidad sigue adelante con el montaje de las gradas que tiene previsto utilizar para sus ceremonias de graduación, para las que sólo faltan un par de semanas. No hay forma de que permitan que esta asamblea permanezca aquí mientras intentan otorgar los títulos. Se avecina otro conflicto, aunque está por ver si implicará otra detención masiva.
Más allá de las inmediaciones del césped ocupado, el campus está prácticamente desierto. Mientras paseamos por un patio vacío camino de un baño, dos jóvenes agentes de la policía de Nueva York pasan junto a nosotros. Parecen sorprendentemente tímidos bajo su pretenciosa fanfarronería. “Jódete”, sisea mi amigo cuando pasan junto a nosotros. Al cabo de un rato, uno de ellos responde con sarcasmo, pero en voz baja: “Que tengas un buen día”. Tras la redada de ayer, tanto la policía de Nueva York como la del campus mantienen un perfil más bajo.
Los famosos se han interesado. Cornell West vino justo después de las detenciones y habló a la multitud en el recién ocupado West Lawn. Susan Sarandon apareció a las puertas para mostrar su apoyo. Buitres hambrientos de cámaras, me quejo, pero estas apariciones parecen generar entusiasmo y levantar la moral.
Charlamos con un profesor al que reconocemos. A primera hora del día, un grupo de profesores y profesoras de varios departamentos se reunió en horario de oficina con los estudiantes en el césped. Todo el mundo está celebrando reuniones de emergencia, desde los departamentos académicos hasta el sindicato de estudiantes afiliadas a la UAW (https://eu.crimethinc.com/2022/01/10/como-le-ganamos-a-la-administracion-y-a-la-burocracia-sindical-la-lucha-del-sindicato-de-trabajadorxs-estudiantiles-de-la-universidad-de-columbia-2004-2022) y los y las estudiantes de las escuelas profesionales. Circulan docenas de declaraciones, se escriben editoriales, se realizan llamadas y campañas masivas por correo electrónico: una actividad incesante.
De alguna manera, la Generación Z ha aprendido el “micrófono del pueblo” de la era Occupy. Entre orador y oradora, todas repetimos después de una persona organizadora que explica los “acuerdos de la comunidad”: nada de drogas ni alcohol, no enfrentarse a los contramanifestantes, “no nos vigilamos las unas a las otras, pero también nos mantenemos seguros las unas a las otras”, limpiar lo que ensuciéis, comer la comida si tenéis hambre. Una lona en el centro del césped ofrece un surtido sorprendentemente bien organizado de bocadillos, bollos, comida india, barritas de cereales, agua y refrescos, y un alijo continuamente reabastecido de otros tentempiés y provisiones.
Al caer la tarde, circula la noticia de una reunión general de emergencia del sindicato. Cerca de 150 personas acuden con un par de horas de antelación. La conversación es apasionada: *¿Deberíamos hacer un paro? ¿Cuál es la situación legal de una huelga salvaje? ¿Constituye la suspensión de los estudiantes trabajadores que fueron detenidos en el campamento una práctica laboral desleal que pueda ser la base de una huelga legal? ¿Qué otras formas de escalada son posibles? ¿En qué punto se encuentra el profesorado? La gran mayoría está de acuerdo: la huelga está sobre la mesa. El lunes está prevista una huelga. ¿Se unirá a nosotras y nosotros el profesorado? ¿Se cerrará la universidad?
*Rebeldes con kaffiyehs bailan con entusiasmo, otros golpean cazuelas. En un grueso saco de dormir a mi lado, el estudiante que salió de la cárcel anoche duerme angelicalmente.
Medianoche del 19 al 20 de abril
Medianoche, en la costura de la noche del viernes y la mañana del sábado. La multitud es aún mayor, quinientos o más, y la energía es desafiante y festiva. Un gran grupo en el extremo sur del césped baila continuamente, anima, tamborilea, agita banderas, canta. En un momento dado, decenas de personas levantan sus teléfonos con las aplicaciones de linterna encendidas como mecheros y se balancean en círculo. A pesar de los constantes vítores y jaleos, decenas de personas ya se han acostado en sacos de dormir y bajo montones de mantas. Otros deambulan, charlando animadamente o recogiendo basura.
Hace una hora, una marcha disidente de unas cincuenta personas dio vueltas frente a las puertas; nos enteramos de una detención. Un estudiante de posgrado del sindicato deambula de lona en lona, sondeando a la gente para medir cuánto apoyo podría haber a una huelga sin autorización de la dirección sindical en diferentes departamentos. Un grupo de estudiantes de licenciatura comentan los acontecimientos del día; una de ellas enumera una lista de otras universidades en las que están surgiendo campamentos de solidaridad, con un hormigueo de asombro en la voz. Parece como si estuviéramos atravesando colectivamente una puerta hacia lo desconocido. Algo grande, más grande de lo que podemos imaginar. La universidad pensó que podría acabar con nuestro espíritu de rebeldía y aplastar nuestro experimento con la solidaridad palestina.
Pero hoy ha quedado innegablemente claro: esto es sólo el principio.
Apéndice: La vista desde fuera
La mayoría de la gente nunca tiene la oportunidad de asistir a instituciones prestigiosas como Columbia o Barnard. Ofrecemos la perspectiva de una de esas personas, con el fin de enfatizar la importancia de los no estudiantes en la lucha por la solidaridad palestina y contra la administración universitaria.
Llegué a Columbia el viernes por la tarde, sobre las 18.00 horas. Durante todo el día había estado escuchando reportajes en directo en WKCR, la emisora de radio estudiantil de Columbia. Cada pocos minutos, reporteros anunciaban qué paradas de metro estaban bloqueadas y cuáles estaban abiertas, junto con la ubicación de la sinuosa manifestación en la calle y los anuncios del campamento sobre el césped. Mi cuerpo vibraba, mi energía se alimentaba del flujo constante de información. Tenía que llegar al centro. Busqué a un amigo que me acompañara.
A medida que me acercaba al campus, la situación se aclaraba. Las puertas de entrada están justo al lado de varias paradas de metro. La policía de Nueva York probablemente recuerde las protestas contra el aumento de tarifas de 2019, durante las cuales los manifestantes tomaron el metro; incluso puede que sepan sobre los y las estudiantes chilenas cuya protesta en el metro catalizó un levantamiento ese mismo año. Decenas de policías de Nueva York estaban reunidos frente a las puertas principales del campus, algunos con equipo antidisturbios, junto a una manifestación de unas 200 personas en un “corral de protestas.” La mayoría de los y las manifestantes parecían no ser estudiantes, sobre todo jóvenes, mientras que unos diez estudiantes estaban colgados de un muro a un piso por encima de la multitud, ondeando una enorme bandera palestina. Estaban bajando de la torre de marfil, haciendo todo lo posible para conectar las protestas dentro y fuera.
El abismo entre ambos era enorme. Había oído que la entrada estaba limitada a los estudiantes, pero no había comprendido que Columbia es esencialmente una fortaleza. Al igual que el corral de protestas vallado del exterior, el campus se había convertido en una zona de protesta semisancionada rodeada de policía. Por supuesto, esto también fue el resultado de la determinación y el desafío de los estudiantes, cuya protesta ha obstruido las operaciones diarias del campus.
Para entrar en el campus, los y las estudiantes tuvieron que pasar por entradas estrechamente controladas por la seguridad del campus de Columbia, la seguridad contratada de Allied Universal y agentes de la policía de Nueva York. Vi cómo la policía rechazaba a un grupo de estudiantes que llevaban sacos de dormir y tiendas de campaña. Desde dentro nos llegó el rumor de que la administración no traería a la policía de Nueva York para que desalojara si los estudiantes no instalaban tiendas de campaña. “La policía de Nueva York odia las tiendas”. Recuerdan Occupy.
Todas las demás puertas del campus principal, que se extiende por varias manzanas de la ciudad, habían sido cerradas con cadenas y candados para bicicletas. Había pocas ventanas en la planta baja y muchas de ellas estaban cubiertas con rejas antirrobo. Esto no impidió que decenas de grupos de personas deambularan por los alrededores. Algunas personas hablaban por teléfono con sus amigos en el interior del campus, mirando por las rendijas de las puertas sin manillas para describir lo que veían dentro, con la esperanza desesperada de que las personas en el interior fueran capaces de encontrar las puertas y abrirlas. Otras esperaban fuera de las puertas sin vigilancia, o apuntaban a los puentes elevados, las ventanas o las vallas. Con el paso de las horas, muchos de estos grupos desaparecieron. Empecé a ver agujeros en las vallas, ventanas abiertas que estaban lo bastante cerca del suelo como para poder trepar hasta ellas. Otras personas hablaban relajadamente con los guardias, escaneaban tarjetas de identificación prestadas, hacían circular las ubicaciones de posibles puntos de entrada. La fortaleza resultó penetrable, aunque los detalles de seguridad crecían ante nuestros ojos.
Hablemos de la distinción entre estudiante y no estudiante, tan importante para la administración universitaria y la policía de Nueva York. El jueves, la administración había suspendido a estudiantes y había traído a la policía para detenerlos por “allanamiento”: en efecto, estaban equiparando “manifestante” con “no estudiante”. Pero este intento de sofocar la protesta fracasó; la amenaza existencial no hizo sino catalizar la solidaridad de más estudiantes. Crecer en respuesta a la represión es un signo vital, un fuerte indicador de que un movimiento no retrocederá.
Al no haber conseguido purgar al alumnado de manifestantes y haber difuminado accidentalmente las líneas entre estudiantes y no estudiantes de una forma que puso a la gente en su contra, intentaron restablecer y relegitimar esa división imponiéndola desde la dirección contraria. Por eso la policía de Nueva York está apostada a las puertas del metro y de la universidad: para impedir la afluencia de no estudiantes.
Al sobrevivir al intento de desalojo, el campamento de Columbia se ha convertido en un símbolo del coraje y la determinación del movimiento de solidaridad con Palestina. Mientras persista, inspirará a los manifestantes de otros lugares del país a esperar más de sí mismos. Pero como hemos visto en movimientos anteriores, la única manera de que un movimiento persista es que crezca.
El movimiento que ocupa el West Lawn puede crecer de tres maneras. En primer lugar, podría seguir atrayendo a más elementos de la población estudiantil de Columbia. En segundo lugar, puede extenderse a otras universidades; ya hay estudiantes de Yale y otras universidades que están organizando sus propias ocupaciones. En tercer lugar, y lo que es más importante, puede crecer desbordando las fronteras que separan el mundo académico del resto de la sociedad.
La ciudad de Nueva York ha sido testigo de algunas de las protestas más sólidas, sostenidas y sofisticadas contra el genocidio en Gaza, la mayoría de las cuales no han sido organizadas por estudiantes. En movimientos anteriores en el campus de Columbia, como las ocupaciones de edificios de 1968, las personas no estudiantes desempeñaron un papel crucial.
Por eso, la frontera más importante que hay que superar es la distinción entre inside y outside. * Mientras siga existiendo una separación estricta entre estudiantes y no estudiantes, entre incluidos y excluidos, quienes deseen actuar como protesta tendrán que elegir entre un lugar en el que cualquier acción se considerará socialmente legítima, pero que debe ser llevada a cabo por estudiantes muy vigilados que consideran que tienen mucho que perder, y un espacio extramuros en el que son posibles más formas de acción, pero en el que hay menos en juego en términos de legitimidad percibida y poder de perturbación. La solución es derribar los muros.
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Este texto incorpora testimonios de primera mano de muchos personas testigas, entre ellos Ry Spada. ↩