El 17 de diciembre de 2010, un joven tunecino llamado Mohamed Bouazizi se autoinmoló prendiéndose fuego en protesta por el trato recibido a manos de la policía, lo que dio comienzo a la ola de levantamientos que se conocieron como la Primavera Árabe. Hoy, Túnez está experimentando su mayor revuelta popular desde aquellos días, con miles en las calles enfrentándose a la policía semana tras semana. En el siguiente informe, nuestrxs camaradas tunecinxs explican el contexto de esta nueva revuelta, explorando qué ha cambiado y qué sigue igual. Lo que vemos en Túnez es un anticipo de la próxima ronda de movimientos revolucionarios en la región.
La fotografía de arriba muestra a lxs participantes del grupo antifascista tunecino Wrong Generation portando una pancarta que proclama su lema: “Hay ira bajo el suelo”.
Desde 2011 hasta 2021
Como tunecinx, la gente siempre me pregunta: “¿Fue exitosa la revolución de 2011?” No hay una forma sencilla de responder sin describir las luchas de la última década. En general, nuestro análisis es que la Túnez contemporánea se parece a la mayoría de las otras democracias que existen bajo el capitalismo global. Nos enfrentamos a las mismas crisis políticas y económicas, la misma violencia estatal, las mismas preguntas.
Túnez fue la cuna de los levantamientos que se extendieron por el norte de África y Oriente Medio, y es el único país de la región que depuso a su dictador sin experimentar un golpe militar como el de Egipto o una guerra civil como la de Siria. Dicho esto, tampoco es una utopía. El país ha visto más de diez gobiernos en los últimos diez años y muchos conflictos. Una década después de derrocar al gobierno, nuestras demandas siguen siendo las mismas: “dignidad, libertad, justicia”.
El levantamiento de enero de 2011 reunió a una amplia gama de personas, desde lxs enojadxs y desempleadxs hasta fundamentalistas islámicxs, marxistas, el Partido Pirata y un puñado de anarquistas1. En la culminación de la revolución, el 14 de enero de 2011, nuestro ex dictador Ben Ali y su familia inmediata huyeron a Arabia Saudita. Algunos de lxs miembros de la familia de Ben Ali fueron a prisión, pero su partido político permaneció activo y la clase empresarial de Túnez solo se hizo más poderosa.
El primer gobierno después de la revolución fue dirigido por el primer ministro del régimen anterior, seguido de otro gobierno cuyos miembros también habían sido parte del antiguo régimen. Ambos fracasaron, dando paso al nuevo sistema electoral. Las primeras “elecciones justas y equitativas” de la historia de Túnez tuvieron lugar a finales de 2011, proclamando una Asamblea Constituyente elegida por el pueblo, y encargándole la redacción de una nueva constitución. Así como Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes, ganó las elecciones presidenciales tras la Revolución Egipcia, en Túnez, Nahdha, un partido fundamentalista islámico, ganó la mayoría de escaños en estas elecciones y se volvió contra lxs demás participantes de la revolución.
En 2013, el mismo año en que tuvo lugar el Foro Social Mundial en Túnez, dos importantes figuras que buscaban unificar la izquierda, fueron asesinadas misteriosamente: Chokri Belaid y Mohamed Brahmi. Todas las pruebas apuntan a fundamentalistas islámicos. De 2011 a 2016, organizaciones fundamentalistas islámicas con ideologías similares a ISIS acumularon poder con la ayuda del partido Nahdha. Túnez ha sido uno de los principales exportadores de voluntarixs a ISIS; ha habido al menos cinco ataques terroristas importantes en Túnez desde 2011. Sin embargo, el fundamentalismo islámico está menos extendido aquí que en muchos países de esta región.
Uno de los primeros movimientos significativos después de la revolución fue el “Manich Msemeh” (“No perdonaré”), en el que lxs jóvenes se unieron para luchar contra la Ley de Reconciliación de 2014, que consistía en perdonar a lxs involucradxs en los regímenes anteriores a la revolución.
Heythem Guesmi, revolucionario y miembro del movimiento Manich Msemeh, lo considera una victoria, en tanto que fue un movimiento horizontal, rompiendo con el sistema de partidos ortodoxos impulsado por los distintos partidos comunistas de izquierda. En su opinión, “nos han robado la revolución” y la Ley de Reconciliación no hizo más que intensificar este sentimiento. Señala que, aunque las organizaciones de la “sociedad civil” (es decir, los grupos liberales) se unieron al movimiento en su segunda fase, solo se enfocaron en los tecnicismos de la Ley, trabajando con las instituciones jurídicas para oponerse a ella—mientras que lxs revolucionarixs en el movimiento, se enfocaron en las implicaciones filosóficas de devolver el poder a quienes habían gobernado Túnez durante los 50 años anteriores. Al final, la ley no se aprobó.
Ahmed Tlili, un militante tunecino, también destaca la importancia de las pequeñas victorias en la construcción de una nueva generación. Durante más de 50 años bajo Ben Ali y Bourguiba, los anteriores dictadores, lxs tunecinxs vivieron bajo total vigilancia; fueron exiliadxs, torturadxs o asesinadxs por imprimir panfletos políticos o cantar canciones que podrían interpretarse como antisistema. Esta nueva generación se ha criado en diferentes condiciones, sin censura en internet, con más libertad de expresión, habiendo visto lo que significa luchar contra una dictadura. Esto ha hecho surgir una generación que es más firme en resistir a la policía y al patriarcado que las generaciones anteriores.
El partido islámico Nahdha ha formado recientemente una alianza con “Kalb Tounes”, el partido liberal—cuyo líder está en la cárcel por blanqueo de dinero, gracias a un grupo de jóvenes tunecinxs que persiguieron el caso durante años—y la Agrupación Constitucional Democrática (RCD), el partido de Ben Ali y único partido gobernante desde el comienzo de la independencia de Túnez en 1956 hasta la revolución de 2011. Esta alianza forma la mayoría absoluta en el parlamento, símbolo de corrupción y una de las principales causas de pobreza, desigualdad y patriarcado. Esto ha dejado a la población sin esperanzas de reforma, y les ha llevado a la conclusión de que el único camino a seguir es el de la insurrección u otra revolución.
Los primeros signos de la revuelta actual aparecieron hace tres meses. En noviembre de 2020, un diputado del parlamento pronunció un discurso en contra del aborto, llamando “putas” a todas las mujeres “liberadas” y señalando específicamente a las madres solteras. El 8 de diciembre, las mujeres protestaron frente al parlamento con carteles que decían “Todas somos putas hasta la caída del patriarcado”. Dos días después, el parlamento anunció el presupuesto para 2021, enfureciendo a muchas personas. En medio de la pandemia de COVID-19, apenas habían asignado recursos a la salud pública.
A pesar de la crisis económica resultante de la pandemia, a principios de enero, el gobierno compró una flota de camiones antidisturbios nuevos, junto con 60 vehículos destinados a la policía tunecina.
El 9 de enero, seguidorxs de fútbol tomaron las calles para protestar por la corrupción del presidente de su equipo, Le Club Africain. El fútbol siempre ha estado politizado en Túnez; es el único medio de expresión o placer que le queda a la clase trabajadora. Existe una larga tradición de canciones futboleras que promueven el igualitarismo y la rebelión. Al mismo tiempo, los presidentes de los equipos de fútbol siempre han estado involucrados en el gobierno—un gran mecanismo de blanqueo de dinero. En su protesta, la afición utilizó Le Club Africain como símbolo de lo que está sucediendo en todo el país. La policía arrestó a 300 de ellxs, 200 de lxs cuales eran menores. Esto enfureció a mucha gente.
El 14 de enero de 2021 iba a ser el décimo aniversario de la victoria de la revolución tunecina. La noche del 12 de enero, el gobierno anunció que habría un confinamiento total del 14 al 17 de enero. Lo justificaron por la pandemia de COVID-19, pero la verdadera razón era obvia. El 14 de enero, miles se reunieron en las calles desafiando la orden de confinarse.
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Hoy, más de 1600 personas han sido arrestadas desde el comienzo de los disturbios. Este movimiento reúne una nueva coalición que aglutina a seguidorxs de fútbol, estudiantes, anarquistas, comunistas, campesinxs y otrxs rebeldes. Es notable la ausencia de lxs fundamentalistas que desempeñaron un papel tan importante tanto en la expansión como en la traición del levantamiento de 2011. La próxima ronda de movimientos se enfrenta a un contexto en el que el fundamentalismo islámico se asocia con el Estado, y la rebelión debe reunir una masa crítica para oponerse a él desde el exterior.
Aunque Túnez es un país pequeño, con una población no mucho mayor que la ciudad de Nueva York, en repetidas ocasiones ha servido como indicador de acontecimientos en toda la región. Es más étnica y religiosamente homogénea que muchos países vecinos; que estalle la revuelta en estas condiciones comparativamente estables, puede indicar que es probable que se extienda. Esto es significativo al entrar en la crisis económica global inducida por la pandemia de COVID-19.
El Electoralismo No es la Solución
Las elecciones más recientes fueron testigo de algo nunca antes visto en Túnez: tres millones de personas—el 70% de los votantes—votaron por Kais Saeid, un profesor de derecho sin afiliación a ningún partido político. Financió su campaña con 3000 dinares (1000 dólares) de su propio dinero y pequeñas donaciones. A diferencia de lxs candidatos de otros partidos, Saeid rechazó la acostumbrada “asignación” de 60k del gobierno, o debería decir, del bolsillo de la gente corriente, para patrocinar campañas electorales. Un presidente que sonó y actuó de manera “honesta”, repitió una y otra vez que apoya al “pueblo” y no a los partidos políticos. En opinión de lxs tunecinxs, “hemos ganado contra la corrupción”.
En sus primeros meses en el cargo, Saeid optó por seguir viviendo en su modesta casa en un barrio de clase media en lugar de en el palacio presidencial, tomando su café matutino en su café local. Y justamente esta semana, el 3 de febrero de 2021, en medio de una manifestación que incluyó enfrentamientos entre manifestantes y policías, el presidente realizó una visita sorpresa a las calles, hablando con la gente y escuchando sus “demandas”. Repitió el mismo discurso una y otra vez: “Estoy con vosotrxs: el pueblo, y no dejaré que seáis un bocado en boca de políticxs corruptxs”. Incluso denunció a la policía, diciendo: “No existe policía mala y policía buena, todo emana del gobierno”.
Esto suena como un cuento de hadas para niñxs sobre un monarca benevolente que amaba a sus súbditxs y vivía disfrazado de persona normal, en una cabaña modesta en lugar de en su lujoso castillo. Sin embargo, la gente se ha dado cuenta poco a poco de que tener un presidente “agradable” no cambia su situación ni facilita sus luchas. La gente ha comprobado que el sistema electoral ha fracasado una y otra vez en lograr cambios—que el poder real está en manos del gobierno, es decir, en el parlamento y los ministros y, sobre todo, en la policía, o en sus propias manos cuando toman las calles.
Democracia en Túnez
Incluso donde no terminó en una grave opresión o una guerra civil, la llamada Primavera Árabe se canalizó en gran medida hacia movimientos en pro de la democracia electoral, con los mismos decepcionantes resultados que esos movimientos lograron en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Hoy, en Túnez, la palabra “democracia” tiene para la izquierda, sobre todo, connotaciones negativas. Se asocia principalmente con el capitalismo y los estados democráticos (neo) liberales actuales—y, por supuesto, con el imperialismo. Sin embargo, las opiniones sobre con qué reemplazar la democracia varían.
Los grupos comunistas existentes en Túnez participaron en la lucha por la independencia de Francia, luego se vieron obligados a pasar a la clandestinidad durante 50 años, enfrentándose a la opresión y el encarcelamiento, la tortura y el asesinato. Para ellxs fue un sueño hecho realidad, participar en un sistema electoral por primera vez en la historia y desempeñar un papel como grupo de oposición en el proceso de redacción de la nueva constitución.
Sin embargo, existe una polémica intergeneracional sobre cómo entender la lucha actual. Vemos una experiencia traumática persistente que afecta a las viejas generaciones, por ejemplo, en su negativa a usar herramientas tecnológicas (ni mensajería digital ni publicación de artículos online) por temor a la vigilancia. Son críticxs con la descentralización, creyendo que el sistema de partidos es la única forma de derrocar al gobierno, incluso si no participan en las elecciones.
Sin embargo, entre las generaciones más jóvenes de la izquierda, hay un nuevo espíritu. La gente ve que la “democracia” no garantiza la implementación de las condiciones que exigió la revolución. Desde hace unos años, existe un interés creciente en la descentralización.
Heythem Guesmi señala que hay dos formas de avanzar hacia el reemplazo de la democracia. El enfoque “político” sería establecer un sistema federal al estilo Bookchin, que implicaría la rotación de responsabilidades. Para ser honesto, este sistema se parece a lo que propone el presidente Kais Saeid. En cualquier caso, esto requerirá una lucha a más largo plazo.
En el corto plazo, en opinión de David Graeber, los grupos más pequeños, ya están unidos por una afinidad material, pueden buscar una causa común con otros grupos para construir la autonomía colectiva. Heythem dice: “Incluso las pequeñas experiencias, como tener una barbacoa comunitaria en un parque público, representan un paso hacia la ocupación del espacio público y a estar más en contacto con nuestra identidad y nuestras luchas”.
Brutalidad Policial
Durante los últimos años, el gobierno tunecino ha querido aprobar una ley que otorgue inmunidad total a la policía. Incluso hay un subpárrafo en el proyecto de ley que se aprobará, que dice que las personas pueden ser encarceladas por “herir los sentimientos de la policía”.
El activista Wajdi Mehwachi fue arrestado y ahora está siendo torturado en la cárcel por la fotografía de abajo. Su gesto simboliza la corrupción de la policía que no arresta a las personas que tienen los medios para sobornarlos, lxs que detentan el poder en la sociedad.
El sindicato de policías se encuentra en huelga desde el 28 de enero, alegando que son objeto de insultos y humillaciones. Humillación—como la de personas arrojando pintura de colores en sus escudos, en respuesta a que disparen gases lacrimógenos y golpeen a la gente. Su “huelga” les ha impedido llevar a lxs detenidxs al juzgado, provocando retrasos en los fallos judiciales y manteniendo a las personas en la cárcel, pero no ha impedido que lxs agentes usen sus porras y motocicletas para atacar a lxs manifestantes, incluso cuando no están de servicio. Hoy, la impunidad policial está en su peor momento desde la revolución.
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Hichem Mechichi, el político que encabeza la coalición que controla el parlamento y por lo tanto, jefe de facto del gobierno, sigue apareciendo en los medios, apoyando a la policía y denunciando “cualquier forma de rebelión”. Esto no es una sorpresa después de la compra, antes mencionada, de vehículos antidisturbios a la empresa francesa Marseille Manutention. Francia apoyó a Ben Ali y a todos los gobiernos tunecinos desde entonces con el fin de proteger su mercado en sus antiguas colonias del norte de África—empresas tecnológicas, compañías petroleras, hoteles y similares. La injerencia francesa en los asuntos tunecinos es impulsada por los actores más reaccionarios de Francia2: el falso caso “antiterrorista” contra lxs activistas en Tarnac fue encabezado por la ministra francesa del Interior, Michèle Alliot-Marie, quien también declaró que Francia debería enviar tropas para apoyar a Ben Ali, antes de que el apoyo a la Primavera Árabe se pusiera de moda para lxs políticxs de Estados Unidos y Europa.
Feminismo
Las luchas feministas han sido vitales para la nueva ola de organización. Desde la revolución, hemos visto una versión tunecina del movimiento #metoo, más espacios amigables con LGBTQI y más arte progresista. Esto es significativo en una parte del mundo donde la homofobia y la misoginia son rampantes.
A principios de enero de 2021, el gobernador de Gafsa, una provincia [estado] del suroeste, impidió a las mujeres cuyos maridos tuvieran empleo, presentarse como candidatas a puestos gubernamentales. Las mujeres de Gafsa presentaron una demanda de divorcio en masa, proclamando que todas las mujeres de Gafsa a las que se les ha negado el derecho a la igualdad de oportunidades debido a que “sus maridos trabajan” pedían el divorcio.
“Hablamos en serio, nos vamos a divorciar en grupo, estudiamos igual de duro, obtuvimos el mismo título y tenemos derecho a postularnos para el mismo trabajo”, dijo una de las manifestantes.
La policía no es solo un problema durante las protestas; también forman parte de la fundación de la sociedad patriarcal en Túnez. Todas las mujeres dan fe del acoso sexual ejercido por la policía, es una especie de conocimiento común entre las mujeres, una experiencia compartida al menos una vez en la vida—si no muchas más—si eres una mujer tunecina.
Ante el rechazo y la rebelión de las mujeres, la policía se pone el sombrero de “guardián masculino”. Si bien beber alcohol o mostrar afecto en público no son delitos en Túnez, por ejemplo, la policía amenaza a menudo con llamar a los padres de las mujeres que ven haciendo estas cosas, lo que podría poner a las mujeres en situaciones aún más peligrosas si pertenecen a familias conservadoras.
Invito a todxs a ver la película de 2017 La Belle et la Meute, dirigida por Kaouther Ben Hania, basada en una historia real sobre una mujer que fue violada por un oficial de policía y los insultos y humillaciones a los que se enfrentó cuando trató de presentar una denuncia. Si bien esta historia puede parecer excepcional, el acoso sexual por parte de la policía es una pesadilla diaria para las mujeres tunecinas.
Ahmed Tlili, el militante tunecino antes mencionado, también señala que el partido Nahdha usó su poder en el parlamento para afianzarse en el resto de instituciones de la sociedad. Esto ayudó al Partido Islámico a propagar la ideología conservadora a través de escuelas, centros culturales y medios de comunicación. Temas como la oposición al aborto, por ejemplo, nunca se habían discutido antes de la revolución, pero ahora están ganando una publicidad considerable. Cuando la izquierda radical ha tratado de hacer valer nuevas ideas, estas han sido “elitistas y muy burguesas”, alejadas de la realidad de la clase trabajadora y las personas pobres, o, cuando han ganado seguidorxs, la policía ha utilizado argumentos religiosos para justificar la represión de la izquierda en general y mujeres activistas en particular.
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Lucha de Clases
Todas las regiones del sur y noroeste de Túnez están marginadas social y políticamente, junto con todos los barrios de la clase trabajadora. Heythem Guesmi señala que esta marginación es similar al proceso de colonización en sí. Hace referencia a un libro sin traducir de Sghaier Salhi titulado Internal Colonialism and Unequal Development, que explica que esta marginación es el resultado de siglos de explotación de las regiones interiores ricas en recursos, que se remonta al siglo XIII. Esto dio lugar a una red de “familias de clase alta” que todavía gobiernan hoy en día.
Las oportunidades económicas solo están disponibles para la clase alta; la tasa de desempleo en Túnez ha alcanzado el 35%. La pandemia COVID-19 ha intensificado esta brecha: se ha informado que 70.000 personas han perdido su empleo. Estos números no tienen en cuenta el mercado negro en Túnez, que es donde trabaja la mayoría de las personas—mercados locales, camiones de comida, sastrerías, trabajos de construcción y similares.
El abismo de oportunidades y derechos se extiende a sectores vitales. Las escuelas públicas están cerradas, mientras que las escuelas privadas tienen los recursos para enseñar online; los hospitales públicos han alcanzado su capacidad máxima, mientras que los hospitales privados son accesibles para lxs ricxs; incluso el arte se ha vuelto exclusivo, sólo para ricxs en reuniones privadas, mientras que los locales de teatro y música están cerrados. Al mismo tiempo que la crisis económica le ha dado al gobierno una excusa para imponer mayores impuestos a la clase trabajadora, recortando los programas de asistencia social, no ha impedido que ofrezcan programas de evasión fiscal a la clase alta, como “En 2020, no se imponen impuestos a lxs propietarixs de yates “.
Dos hombres tunecinos se enfrentan actualmente a 30 años de cárcel por fumar marihuana en un lugar público. Consumir o poseer marihuana conlleva una pena de hasta 5 años, de 10 a 20 años más en el caso de fumarla en un lugar público. El número de años está sujeto a la interpretación del juez. Estas leyes fueron creadas originalmente en 1992, cuando el cuñado del entonces dictador Ben Ali fue arrestado en Francia por estar involucrado en una red de tráfico de drogas. Ese escándalo puso a Ben Ali bajo presión internacional, por lo que creó una ley (ley 52 del código penal) para encarcelar a todxs lxs consumidorxs de marihuana y drogas duras.
El nuevo gobierno ajustó esta ley presionado por la opinión pública, rebajando la condena a entre cero y cinco años, pero dejando la interpretación de la misma al juez. Esto intensifica la discriminación de clases; todxs sabemos que un/a burgués/a nunca irá a la cárcel por fumar marihuana. Lxs manifestantes exigen la abolición de esta ley.
https://twitter.com/TarekBenMansou4/status/1355569233162170368?s=20
Heythem Guesmi argumenta que lxs fundamentalistas islámicxs han logrado reclutar a tantxs voluntarixs porque han estado integradxs en comunidades marginadas, en cafés locales, mezquitas y universidades pobres, mientras que la izquierda “tradicional” se ha mantenido elitista y burguesa, promoviendo una comprensión reformista de la democracia. De alguna manera, estxs fundamentalistas tienen más en común con la izquierda que lxs liberales, ya que han luchado contra la policía, el estado y el imperialismo estadounidense. El desacuerdo, por supuesto, se refiere a los objetivos del movimiento y las herramientas con las que luchar. Desafortunadamente, durante los últimos diez años de democracia en Túnez, han tenido más éxito en construir su movimiento e imponer su hegemonía que la izquierda, porque supieron conectar con las comunidades marginadas.
En Túnez, existe una crisis de identidad generalizada. Esto lleva a las personas a salir del país, legal o ilegalmente, porque no se sienten apegadas a él, o bien a recurrir a ISIS, que les proporcionó una identidad en forma de islamismo fundamentalista. La mayoría de las personas carecen de un sentimiento de pertenencia, ya que han sido marginadas, con la excepción de la clase alta, que tiene muchas razones para estar agradecida al estado.
El lenguaje en sí presenta otro desafío al que la izquierda de hoy debe enfrentarse. Los textos filosóficos y los libros de historia —e incluso los artículos sobre movimientos internacionales— o no aparecen en árabe en absoluto o aparecen sólo en malas traducciones, y ciertamente no en el dialecto tunecino. Heythem ha estado trabajando en un podcast que tiene como objetivo popularizar conceptos y luchas en el dialecto tunecino, incluida la lucha de clases, el imperialismo, la identidad y similares. Si bien su podcast no está creando una nueva filosofía, se da cuenta de que recibe mucho apoyo e interés no solo de elitistas y camaradas, sino también de la gente llamada “normal”.
Rosa Luxemburgo argumentó que el papel de lxs militantes, activistas y la izquierda en general es proporcionar los medios para la lucha y ofrecer solidaridad a las masas en lugar de “pensar por ellxs”. Un partido que hable por lxs trabajadorxs, “representándolxs” —por ejemplo, en los parlamentos— y actuando en su lugar, se convertirá en un instrumento de la contrarrevolución.
Post-colonialismo
No es ningún secreto que la economía tunecina está en crisis. El Fondo Monetario Internacional juega un papel importante en esto, ya que se niega a otorgar préstamos a Túnez. Bajo el capitalismo global, el FMI juega el papel de garante global para los bancos internacionales y la inversión extranjera. Aunque los préstamos del FMI suelen ser pequeños e insuficientes, el FMI llegó a dos acuerdos con Túnez en 2013 y 2016, que no se han cumplido.
El mes pasado, el FMI amenazó con rechazar préstamos a Túnez si estos acuerdos no se cumplen. Las estipulaciones incluyen bajar los salarios de lxs empleadxs del sector público, despedir a un cierto porcentaje de ellxs, crear un comité bajo la supervisión del FMI para administrar el sector público y privatizar las empresas nacionales de electricidad, agua y telecomunicaciones. Túnez ya ha privatizado la empresa de fosfatos, el tabaco y los pocos campos petroleros que existen en el sur.
Estos acuerdos con el FMI han recibido la aprobación de Hichem Mechichi, el jefe de facto del gobierno, y la desaprobación del presidente Kais Saeid. Podemos interpretar este desacuerdo como una maniobra política para determinar quién permanecerá en el poder. Si la disputa no se resuelve, podría provocar la disolución del parlamento y forzar otras elecciones. Según Nadhmi Boughamoura, un militante tunecino, esta es una de las razones por las que la policía ha sido tan brutalmente violenta en los últimos meses. El partido islámico ha temido correr la misma suerte que corrió el partido islámico en Egipto en 2013; en consecuencia, han ido construyendo una infraestructura que integra al Ministerio del Interior, al sistema jurídico y al ejército, preparándose para cualquier insurrección o revolución contra ellxs y el actual gobierno. También han estado tratando de desarrollar el marco legal para formar una milicia armada exclusiva del partido islamista.
Según Nadhmi, aceptar el plan del FMI sería un suicidio para Túnez económica y socialmente. Más privatización provocará más explotación, destruyendo el sistema de salud y la poca infraestructura de bienestar social que existe actualmente. Él afirma, “(Oponerse a) la corrupción de los partidos existentes es urgente pero no suficiente; el movimiento tiene que enfrentarse al capitalismo global, mediante la construcción de estructuras socioeconómicas radicalmente nuevas “.
Una Lucha Global
En lugar de entender esta situación como una cuestión de problemas locales que enfrenta un país pequeño, la vemos en un contexto global, porque todas las luchas están conectadas en un mundo globalizado. Luchar en un lugar es luchar en todas partes. De ello se desprende que necesitamos una solidaridad internacional.
En el prefacio de su libro Caliban y la bruja, Silvia Federici, una feminista radical de tradición marxista y anarquista autonomista, recuerda cuando era profesora en Nigeria:
“El gobierno de Nigeria entabló negociaciones con el FMI y el Banco Mundial. El propósito declarado del programa era hacer que Nigeria fuera competitiva en el mercado internacional. Pero pronto se hizo evidente que su objetivo era destruir los últimos vestigios de propiedad comunal y relaciones comunitarias. Hubo ataques a las tierras comunales y una intervención decisiva del Estado (instigada por el Banco Mundial) en la reproducción de la fuerza de trabajo: regular las tasas de procreación y reducir el tamaño de una población que se consideraba demasiado exigente e indisciplinada desde el punto de vista de su posible inserción en la economía mundial… También fui testigo del fomento de una campaña misógina que denunciaba la vanidad y las demandas excesivas de las mujeres”.
“En Nigeria, me di cuenta de que la lucha contra el ajuste estructural se remonta al origen del capitalismo en la Europa y América del siglo XVI”.
La revolución tunecina ha sido reformista. Hoy, el principal temor que vemos en las calles es que la historia se repita con la cooptación de demandas para un cambio radical, reduciéndolas al reformismo. La única forma de proteger estas demandas es a través de un movimiento internacionalista. Hoy, más que nunca, necesitamos un movimiento internacionalista que fomente la conciencia de todas las luchas en todas partes y combata el capitalismo.
Nuevos Horizontes
“Wrong Generation” es un joven colectivo anarquista y antifascista tunecino que está rompiendo con la izquierda ortodoxa. No quieren un sistema de partidos, no quieren un/a líder ni un/a portavoz; quieren un cambio radical. Uno de los lemas que han popularizado es “Tahet zliz fama takriz” (hay ira bajo la tierra)—ya sea inspirado por el poeta tunecino Abou El Kacem Chebbi, quien luchó contra la colonización, dirigiéndose a lxs colonizadorxs franceses con el lema “Cuidado, ¡hay fuego bajo la ceniza! “ o por el lema del levantamiento de mayo de 1968 en Francia, “Sous les pavés, la plage!” (“¡Bajo los adoquines, la playa!”)
Maryam Mnaouar, militante tunecina durante el régimen de Ben Ali y abogada que defiende a lxs manifestantes pro-bono, recibió la orden del jefe de gobierno de detener durante un mes todas las actividades de su grupo “El Partido de Túnez”. Por opresivo que parezca, esta es una señal de que el gobierno teme su voz y el apoyo, cada vez mayor, que está recibiendo.
Nadhmi Boughamoura, quien formó parte del sindicato de estudiantes de izquierda y actualmente participa en la organización comunista “Struggle”, está trabajando ahora con manifestantes para organizarse en una coalición.
Nadhmi señaló que esta es la primera vez que presenciamos una coalición entre comunistas, seguidorxs de fútbol, miembros de sindicatos de estudiantes de izquierda, campesinxs y anarquistas. Nadhmi señala que el mes de enero siempre ha sido simbólico en Túnez: la revuelta del pan de 1984, el levantamiento de la cuenca minera de 2008 y la revolución de 2011 tuvieron lugar en enero. Nadhmi señala, sin embargo, con un tono más pesimista, que uno de los desafíos que debemos abordar es cómo aprovechar este espíritu revolucionario y no dejar que se apague como lo hizo después de los levantamientos anteriores. Las principales demandas de esta nueva coalición son abolir la opresión policial y rechazar las imposiciones del FMI, una organización que protege el capitalismo global y explota no solo a Túnez sino a todos los países africanos.
La izquierda aún no está suficientemente organizada; necesitamos cultivar mejores estrategias para derrocar al gobierno y hacer cambios radicales. Hoy, los grupos “Wrong Generation” y “Struggle” se presentan como líderes con estrategias poco ortodoxas, mientras que los viejos partidos de izquierda están ausentes por sus formas tradicionales de organización y liderazgo y su falta de comprensión de la dinámica que está introduciendo la nueva generación.
Durante los 50 años que siguieron a la independencia de Túnez, dos dictadores gobernaron el país, aplastando cualquier esperanza de insurrección. Durante los diez años posteriores a la revolución, la población depositó mucha confianza en el sistema electoral, esperando que unas elecciones justas y equitativas pudieran crear una sociedad igualitaria. Sin embargo, estos sistemas tan diferentes han producido el mismo resultado.
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El grupo antifascista Wrong Generation tiene una página de Facebook aquí.
Puedes escuchar el podcast de Heythem Guesmi aquí.
La campaña que ha surgido durante estas últimas protestas, “el programa del pueblo contra el programa de la élite”, tiene aquí una página de Facebook aquí. Puede leer una traducción de las demandas de la campaña aquí.
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Por ejemplo, el grupo de arte “Ahel el Kahef” (“Cavernícola”). El nombre está inspirado en una sura del Corán titulada Alkahef. Eran artistas que intentaban fomentar la relación entre el pueblo y su país, calles, lugares públicos y laborales sobre la base de la pertenencia a Túnez, en un momento en el que había una clara crisis de identidad. Decían que “Mohamed Bouazizi es el primer artista plástico en Túnez”. Otro grupo anarquista que participó en el levantamiento de 2011 fue el Movimiento Desobediencia, que llamó a las personas en rebelión a realizar okupaciones, huelgas generales y a la desobediencia civil generalizada. El Movimiento Desobediencia sostuvo que la autoorganización de lxs rebeldes para la acción revolucionaria, rompiendo con los partidos y sindicatos burocráticos y jerárquicos, presentaba el único camino revolucionario. ↩
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Francia nunca quiso renunciar a sus colonias; esto se hace patente cuando recientemente el presidente Emmanuel Macron rechazó disculparse por la brutalidad y explotación francesa en el norte de África. Pero en la década de 1950, Francia tuvo que elegir sus batallas. Lxs rebeldes de Argelia habían establecido un sofisticado grupo guerrillero armado, el FLN. Debido a que Argelia tenía valiosos recursos naturales y una comunidad francesa mucho más grande con sede en Orán y Alger, Francia se concentró en aferrarse a Argelia, organizando una transición de Túnez hacia la independencia, en la que el nuevo gobierno continuaría apoyando los intereses franceses. Ben Ali mantuvo esta relación, por lo que, durante 50 años, el control francés del mercado en Túnez estuvo asegurado—solo en 2011 llegó a verse amenazado. ↩